Por Zuleika Cáceres
Conmoción entre la sociedad cancunense
El miércoles 16 de julio, una madre se dirigía a su casa tras salir del trabajo, con la esperanza de ver a su hija de 10 años. Lo que encontró al llegar fue dolor y tragedia: el cuerpo de su pequeña, muerta y abusada por su padrastro.
Un hombre bajo los efectos del alcohol y las drogas.
Una vez más, somos testigos de la grave descomposición social, de entornos marcados por la violencia, el alcohol y otras adicciones que desembocan en tragedias como esta.
Fue un acto atroz y cobarde que merece todo el peso de la ley, aunque ningún castigo podrá devolverle la vida a la pequeña África.
Un ramo de flores permanece junto a la puerta de la casa donde ocurrieron los hechos.
Sobre este terrible caso, las autoridades han sido enfáticas: no quedará impune, no habrá tolerancia. La violencia es un problema profundo y no exclusivo de una clase social menos favorecida.
No. La violencia está en todas partes y en todos los sectores sociales.
Ahí está el caso del “Fofo” Márquez, quien presumía lujos y excentricidades; el de mujeres asesinadas por sus parejas de clase media alta; o el de la saxofonista agredida con ácido por un agresor vinculado al poder.
Los gobiernos —y aquí hago un paréntesis para destacar el de Mara Lezama— han implementado, como nunca antes, políticas de prevención: llevando a escuelas, jóvenes y familias campañas contundentes con el mensaje de que la violencia no es normal, y de cómo las adicciones y las conductas autodestructivas pueden destruir a la familia.
Pero ocurre con demasiada frecuencia. Un caso reciente fue el de una mujer en Guadalajara que discutía con su pareja; de pronto, él sacó una pistola y le disparó. Ella quedó tendida sobre el pavimento.
Lo que no puede seguir ocurriendo es que la sociedad normalice estos hechos.
¿Qué hacemos como sociedad para cuidar el entorno familiar? ¿Cómo alejamos a los jóvenes de los vicios, de esas conductas que solo los llevan a tomar malas decisiones?
¿Cómo rompemos con la continuidad de esos patrones de violencia? ¿Qué hace la autoridad al permitir el ingreso de menores a antros y discotecas?
Todo se convierte en un círculo vicioso que alcanza a las familias.
La pregunta incómoda: ¿acaso la madre de la menor no sabía del problema de alcohol y drogas de ese sujeto?
¿Hasta dónde llega su responsabilidad?
Es momento de reflexión, de acciones, de justicia y de cero impunidad.
Son hechos que no deben volver a repetirse, y lo peor sería que, como sociedad, nos estemos acostumbrando a esta violencia.
No. La violencia no se normaliza.